Leída ante la Acadèmia el 30 de abril de 1788, comienza del siguiente modo:
«Cada vez que tengo el honor de presentar a Vuestra Excelencia un discurso, pongo muy particular cuidado en escoger un asunto, que por ser delicioso y grato, supla algún tanto la impropiedad con que se prodiga. Con esta mira he paseado a mis solas el jardín ameno de la Historia Natural, y buscando cual entre sus muchas producciones podría ser objeto de mi disertación me ha parecido lograr mi idea, dejando por ahora sus preciosas abundantes frutos y descubriendo la tierra que los produce y vegeta.»