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01/2025
Miguel López Gordo
Enlace persistente
Antiguo cementerio visigodo del siglo VI. Se localiza en el suroeste del pueblo, en una ladera junto a la carretera que sale hacia Mochales; exactamente bajo el actual cementerio. Es decir, que a día de hoy no se aprecia nada de lo que fue la necrópolis, a pesar de que ésta era más extensa que el cementerio. Tiempo atrás aún se podía ver un sarcófago de piedra aparcado en una esquina del cementerio.
Fue, precisamente, la aparición de un gran sarcófago de toba, osamentas y el hallazgo de unos pendientes con granates lo que provocó el asombro de las personas que trabajaban en la obra de construcción del nuevo cementerio para el pueblo. Corrían los primeros meses de 1944. Tras estos hechos, el alcalde ―que por aquel entonces era Manuel Colás― dio aviso a las autoridades pertinentes, para que finalmente desde Madrid se desplazó un equipo de arqueólogos para proceder al reconocimiento del terreno. Así, con fecha de 29 de marzo250, el gobernador civil de Guadalajara, Juan Casas Fernández, advierte: «ya le he dado orden al Alcalde para que no se toque allí hasta que V. [Julio Martínez Santa-Olalla] no vaya.».
La petición para realizar una intervención arqueológica se gestionó a través de Bernardo Sáez Martín (1913-2001), conservador del Museo de Historia Primitiva ―perteneciente al Seminario de Historia Primitiva del Hombre― y primer director del Instituto Arqueológico Municipal de Madrid, sito en el madrileño barrio de Fuente del Berro. Se encargaría no solo de organizar la campaña, sino de asumir de su bolsillo los gastos de la excavación (Quero Castro, 2006, 25)249.
La primera campaña de excavaciones se extendió durante dos semanas168, tal y como se desprende de la correspondencia250251 de Julio Martínez Santa-Olalla (1905-1972), comisario y catedrático de la Universidad Central de Madrid ―y mentor de Bernarzo Sáez Martín―, quien dirigió la excavación arqueológica del cementerio de Villel de Mesa. El trabajo de campo estuvo a cargo de Ana María Elorrieta de Lacy y María Victoria Martín Mendiluce, aventajadas alumnas de Santa-Olalla. Además se contó con la participación y colaboración de vecinos del pueblo en la excavación.
Los trabajos fueron documentados por Ana María Elorrieta de Lacy y María Victoria Martín Mendiluce en los Cuadernos de Historia Primitiva (1947)168, de donde se extraen los datos que a continuación se detallan, así como de la entrevista personal que mantuve con ellas. Se excavaron hasta un total de 78 sepulturas, que consistían mayoritariamente en simples fosas hechas en la roca, en las que levemente se podían distinguir la cabecera y los pies de la tumba. En estas fosas se depositaban los ataúdes, que eran de madera, fabricados con tablas y herrajes, o bien troncos vaciados. Pero algo no muy corriente en las necrópolis visigodas aparece en este yacimiento: sarcófagos de caliza labrada. El interior de los sarcófagos tenía la forma del cuerpo humano e incluso dicha forma se percibía en el exterior, y las tapas que cerraban los sarcófagos eran de dos vertientes.
Las sepulturas se encontraban enterradas a muy diferentes profundidades, desde los 30 cm a los 2 metros. Respecto al tamaño, se podían diferenciar entre las que pertenecían a individuos adultos y las que habían sido para niños. Otro aspecto que llamó la atención de las arqueólogas fue la longitud de los huesos largos encontrados, que hacía pensar que los pobladores de esa zona fueran de una altura considerable.
Junto a las sepulturas, a veces, se aparecieron ajuares y objetos de uso personal: hebillas, placas rectangulares de cinturón, fíbulas, brazaletes, collares, pulseras de cuentas de vidrio y ámbar, pendientes, anillos, alguna figurilla, «una curiosa campanita perfectamente hecha y espadas cortas de hierro» en palabras de las propias arqueólogas. La mayoría de las piezas fueron fabricadas en bronce.
Unos años más tarde, concretamente en octubre de 1952, vuelve a salir a la luz un nuevo «sarcófago de piedra de bastante tamaño […] con los restos del cadáver» mientras se realiza una nueva sepultura en el cementerio. Así lo notifica Lorenzo Larrad, alcalde por aquel entonces, a Bernardo Sáez Martín, y le solicita instrucciones al respecto254. En el mismo mes se recibe respuesta de Bernardo, quien señala a Afrodisio Costa para encargarse de las tareas de recuperación, por ser cuidadoso y saber cómo hay que proceder. Así, le indica que «abra la sepultura, se fije bien como están los restos y posibles objetos, recogiendo con cuidado todos los huesos y cuanto aparezca. El sarcófago de piedra conviene sea extraído y depositado de momento en el cementerio donde quedará resguardado (la tapa también se guarda). Los gastos que puedan originar la cosa ya los abonará el Seminario o yo personalmente. Interesa mucho fijarse y tomar nota de cómo están los objetos. Si hubiera restos de madera, que los envuelvan enseguida y no les dé el aire.»255
Al finalizar la campaña, Julio Martínez Santa-Olalla reúne las piezas en su propia casa antes de llevarlas al Seminario de Historia Primitiva del Hombre, situado en la Ciudad Universitaria de Madrid253. Es en ese momento primero cuando escribe a su amigo Hans Heinrich Dieckhoff, el embajador de la Alemania nazi en España, para invitarle a ver las piezas obtenidas en el cementerio visigodo de Villel de Mesa251. Sin entrar en detalle en la biografía de Santa-Olalla y su relación con el nacionalsocialismo alemán, continuaremos relatando que Dieckhoff le responde mostrándose «sumamente interesado en visitar las excavaciones», aunque ve «difícil de realizar el Viaje a Villel de Mesa en estos días.»252. Sin embargo, deja abierta la visita al mes siguiente, el mes de julio. Parece que no hubo un buen entendimiento, por parte del embajador, a la carta remitida por Santa-Olalla, pues este le indicaba que las piezas estaban en Madrid.
A la muerte de Julio Martínez Santa-Olalla, la colección fue adquirida por el Estado y alojada en el Museo Arqueológico Nacional. Las piezas que se extrajeron de la necrópolis de Villel de Mesa han estado almacenadas, junto a las de otros yacimientos excavados por Santa-Olalla, en los depósitos del museo durante largo tiempo. Es en el año 2001 cuando se lleva a cabo una profunda restauración de estas piezas en el Instituto del Patrimonio Histórico, para ser devueltas al Museo Arqueológico Nacional en julio de 2002. En septiembre de 2002 se inicia el proceso de clasificación e identificación de las piezas pertenecientes a cada uno de los yacimientos que Santa-Olalla estudió ―entre ellas las de Villel de Mesa―, ya que no se disponía de una documentación clara del propio Santa-Olalla acerca de estas.
Unos meses antes, mientras mantenía abierta una solicitud de información al Museo Arqueológico Nacional sobre las piezas del yacimiento de Villel de Mesa, pude entrevistarme con las arqueólogas partícipes en la excavación, Ana María y María Victoria. Y gracias a este encuentro, el museo contó con la presencia de las propias arqueólogas para el proceso de clasificación e identificación de las piezas. Un momento que les hizo revivir su aventura de estudiantes en el yacimiento del cementerio visigodo de Villel de Mesa.